Como se desarrollan los parásitos en el cuerpo humano

El cientifico británico A. E. Shipley escribió: (las aves no solo son aves, sino verdaderos jardines zoológicos volantes). La serie de pequeños organismos que los pájaros llevan a cuestas es realmente impresionante: sus plumas son pasto de piojos y ácaros, y su piel, víctima de ciertas moscas; pulgas, piojos, mosquitos, sanguijuelas, garrapatas y otros chupan su sangre desde el exterior, mientras protozoos destruyen sus glóbulos rojos en el interior; prácticamente todos los órganos del cuerpo de un ave contienen gusanos parásitos.

A partir de su nacimiento los pollitos ya se enfrentan con las torvas realidades del parasitismo. Un estudio realizado sobre los nidos de 58 especies de aves demostró la presencia de no menos de 536 clases distintas de artrópodos, en su mayoría ácaros y coleópteros.

A lo largo de toda su vida, el ave se ve atacada por representantes de casi todos los grupos de parásitos, desde microorganismos unicelulares, hasta los muy evolucionados pájaros, como el cuco europeo, el mirlo americano y el Indicator africano llamado «guía mieles», que inducen a otros pájaros a que alimenten y empollen sus crías. No solamente constituyen gran variedad los parásitos que atacan a las aves, sino que su número es muy elevado: del plumaje de un solo zarapito se extrajeron más de 1.000 piojos.

Generalmente se piensa en la muerte de un animal como víctima del súbito ataque de un pico o de una garra, pero el mundo de los seres vivos está lleno de animales que, debido a su pequeño tamaño, pueden vivir en el interior o en
la superficie de un anfitrión y comérselo poco a poco.

La palabra «parásito» significa «el que come a costa de otro». Aunque la mayoría de profanos, y también algunos biólogos, miran a los parásitos con repugnancia, la importancia de estas formas de vida no puede soslayarse.

Para un ecólogo que estudia una comunidad, existe poca diferencia entre el flujo energético de un conejo mordisqueando una planta, o el de una garrapata succionando la sangre del propio conejo, o de un parásito microbiano alimentándose de la garrapata.

De hecho, el parasitismo está tan extendido que los únicos seres libres de él son los parásitos finales de estas largas cadenas. El propio hombre, como cualquier otro animal, constituye un completo hábitat con numerosos nichos,
que a veces están ocupados por parásitos.

Los tejidos nervioso y muscular, las glándulas y el sistema digestivo constituyen hábitats, no solo para un tipo de parásito, sino para varios. En sus adaptaciones, algunos son muy sutiles, puesto que ciertas especies de piojos viven exclusivamente en la cabeza, pero otras habitan en el pelo de otras partes del cuerpo. En casi todos los grupos de plantas y animales existen sus especies díscolas que han escogido el camino del parasitismo, pero este fenómeno es más frecuente en los eslabones inferiores de la escala evolucionaría.

Hay varios grupos de animales inferiores, especialmente entre los gusanos planos, los nemátodos y los artrópodos, que son totalmente parásitos. Sin embargo, entre los vertebrados, el parasitismo es un modo de vivir poco frecuente. Entre los vegetales es muy común estar en los hongos, pero también existen especies parásitas entre las plantas superiores, como el muérdago y la cuscuta.

Aunque todo el mundo es capaz de identificar, como parásito, a un piojo del cuerpo, generalmente las delimitaciones son borrosas y existen matices muy sutiles en estas relaciones mutuas.

Algunos animales, como los protozoos responsables de la malaria aviar, tienen que vivir como parásitos a lo largo de toda su vida, y no pueden sobrevivir apartados de su anfitrión. Pero otros, como las garrapatas y los mosquitos, son parasitarios solo en determinadas etapas de su vida, y la mayor parte del tiempo lo pasan libres.

Algunos parásitos son perfectamente capaces de vivir sus vidas como animales libres, pero recurren al parasitismo si disponen de un anfitrión adecuado. El asunto viene, complicado por el hecho de que muchos seres forman determinadas asociaciones que, lejos de ser perniciosas, benefician a ambos socios, como en el caso del liquen, formado por el consorcio entre un alga y un hongo.

En otros casos, uno de los asociados vive completamente olvidado del otro, aunque lo corriente es que uno de ellos se las arregle para sacar algún beneficio de la sociedad. Algunos científicos creen que estas relaciones, mutuamente beneficiosas o neutrales, originalmente comenzaron siendo parásitas para evolucionar después hacia una tregua.

Otros investigadores suponen que la asociación terminará degenerando con el éxito de uno de los socios sobre el otro, de lo que resultará el parasitismo.

En toda relación parasitaria, el parásito debe aceptar un compromiso: el de restringir sus actividades de suerte que no ponga en peligro la vida del parasitado, con lo que se le agotaría su fuente de alimentos, y perdería la oportunidad  de reproducirse.

El método de vida ideal para un parásito estriba en no producir un daño permanente al ser sobre el que vive: si le permite vivir su vida al parasitado, este se reproducirá perfectamente y su descendencia significará nuevos anfitriones para nuevas generaciones de parásitos.

Algunos de los parásitos que producen enfermedades humanas atraen la atención solamente porque no han
logrado este equilibrio ideal, pero constituyen excepciones. A pesar de la larga lista de las enfermedades humanas conocidas causadas por parásitos, muy pocas de ellas perduran, como graves, durante largos períodos, en una misma región del Globo, porque si el anfitrión humano muere demasiado pronto, también muere el parásito.

De hecho, a medida que un parásito evoluciona, se torna más débil, en vez de más virulento; al propio tiempo, el animal parasitado se va haciendo inmune o desarrolla una resistencia, en forma de anticuerpos, que neutralizan a los organismos invasores.

Todos los parásitos se enfrentan con un problema difícil, el de que para asegurar la supervivencia de la especie, ellos o sus descendientes tienen que pasar de un parasitado a otro. El problema lo han resuelto mediante procedimientos muy ingeniosos, desarrollando complicados historiales de vida.

Por ejemplo, una tenia que habita en el intestino de una zorra, desova en el conjunto digestivo de la misma, y los huevos caen al terreno junto con las heces del animal; el problema consiste ahora en cómo pasan al intestino de otra zorra.

Esto tiene lugar a través de varias etapas, que implican uno o varios anfitriones intermedios. Cuando un conejo mordisquea una planta sobre la cual han caído los huevos de la tenia, estos resultan incubados y se convierten en unas larvas que abren su camino hacia los tejidos del roedor, en donde se enquistan en estado de reposo. Si el conejo es devorado por una zorra, los quistes llegan a su intestino, se desarrollan tenias jóvenes y el ciclo torna a empezar.

Un ciclo vital complejo como el descrito, sin embargo, representa un callejón sin salida en la evolución del parásito. Cuanto más adaptado está el parásito a vivir en el determinado ambiente de su anfitrión, menos preparado resulta para sobrevivir en cualquier otro hábitat. Su posible evolución va en una sola dirección, hacia un nicho de parasitación más restringido.

En sus primicias, el hombre constituía una buena presa para otros animales.

Pero en la actualidad es muy raro que un hombre sea víctima de por ejemplo un león, de un cocodrilo o de un tiburón. Los hombres actualmente se encuentran entre las especies animales relativamente inmunes a la rapacidad de otros.

El hombre ha sabido hacer frente a sus enemigos de mayor tamaño, pero no le ha ocurrido lo mismo con los pequeños. Cuando existe peligro, el hombre reconoce la presencia de un parásito, poniéndole la etiqueta de (enfermedad); el parásito causante de la enfermedad se denomina (patógeno), derivado de dos vocablos griegos
que significan «objeto de sufrimiento».

La mayoría de los intrusos que viven en el ambiente del cuerpo humano ocasionan trastornos, aunque hay excepciones, como las bacterias del sistema digestivo, por ejemplo, que parecen colaborar en la síntesis de vitaminas que el hombre absorbe.

Pero la mayoría de las demás especies ajenas consumen alimentos y otros materiales que el cuerpo humano necesita, y el hecho de que habiten en sus tejidos, altera el funcionamiento de sus nervios, músculos y otros órganos.

Y todavía más importante es que las sustancias excretadas por los parásitos como producto de sus metabolismos actúan como venenos para el hombre. Entre las múltiples enfermedades de las que son responsables las bacterias, se encuentran la escarlatina, la neumonía, la tuberculosis, la difteria, la peste bubónica, el cólera, la sífilis y la tos ferina.

Los virus son los causantes de la viruela, la polio, la fiebre amarilla, la gripe y hoy en la actualidad el Covid-19 incluyendo todas sus variantes; los hongos producen la culebrilla, varias enfermedades del pulmón, e incluso el tan frecuente «pie de atleta»; extraños microbios originan la malaria, la enfermedad del sueño y la disentería; unos nemátodos son los responsables de varias enfermedades de gusanos, como la ancilostomiasis y la triquinosis.

A pesar de esta impresionante lista de enfermedades, los seres humanos han aumentado grandemente en número y se han hecho resistentes a muchos parásitos ya miles de años antes de que la Ciencia conociera los parásitos y existiera la Medicina.

El hombre primitivo consideraba que las enfermedades se propagaban al aire por los desagradables hedores de las heridas, o los suponía venganzas divinas. Pero el hombre moderno sufre una incomprensión de la historia natural de la enfermedad, casi tan grande como la del primitivo.

El éxito de las sulfamidas en los años 30 del siglo pasado, y el triunfo de la penicilina durante la segunda guerra mundial, conseguidos en el tratamiento de las infecciones, así como la subsiguiente riada de antibióticos surgida, han hecho creer al hombre que ha conquistado a la enfermedad mediante el sortilegio de los medicamentos.

Es cierto que muchas de las enfermedades que han hecho estragos en la humanidad parece que han sido controladas en las últimas décadas hablamos desde los años 70’s del siglo pasado (a excepción del covid-19 que dejo de cabeza o sigue dejando al mundo entero).

La estreptomicina redujo los casos de tuberculosis de forma sensacional; la malaria fue barrida de los Estados Unidos ya en el año 1950, ojalá que para siempre; existen ahora vacunas de protección contra la polio, el sarampión, la viruela, el tétanos, el cólera y muchas otras temibles enfermedades.

Sin embargo, estas victorias son, en gran parte, ilusorias. No tienen en cuenta que los microbios son capaces de experimentar rápidos cambios evolucionarios y que producen nuevas razas o sepas resistentes a los más enérgicos medicamentos humanos.

El espectro de la resistencia a los agentes terapéuticos de algunos microbios, que parecían totalmente conquistados hace algunos cuantos años, va en aumento.

Hace muy poco que el hombre ha comenzado a comprender la verdadera causa de muchas enfermedades: hablamos de una alteración del ambiente ecológico. La rapidez de los viajes y la penetración del hombre en regiones muy remotas, han convertido a la totalidad del Planeta en un hábitat único, por lo que a organismos patógenos se refiere.

Actualmente las enfermedades infecciosas de Europa, Asia, Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda por poner algunos ejemplos, son casi idénticas. Sin embargo, muchas de estas enfermedades están llegando, o han llegado ya, a un estado de equilibrio aproximado con los humanos a quienes atacan, de modo análogo a como, en otros ambientes, ciertas clases de plantas y animales alcanzan un equilibrio definitivo.

Así, ya antes del advenimiento de los medicamentos maravillosos, muchas de las enfermedades corrientes de la infancia, por ejemplo, habían comenzado a producir índices de mortalidad decrecientes.

¿Cómo se pueden explicar, entonces, las catastróficas epidemias de las que el hombre aún es víctima hoy, volvemos a poner de ejemplo al Covid-19 y sus variantes?
Cuando una especie de seres parasitables está bien ajustada a su ambiente no perturbado, su población tiende a permanecer bastante constante, limitada a un nivel numérico inferior a la «capacidad potencial» de dicho ambiente. En esta situación le es difícil a un organismo patógeno, el pasar de un individuo a otro.

Sin embargo, si una perturbación ambiental origina un marcado aumento del número de individuos de una especie, esto resuelve uno de los principales problemas del parásito, su migración a otros sujetos.

Cuando una población se hace densa, el organismo patógeno cambia fácilmente de individuo, y el resultado es
una epidemia. El brote termina cuando la población resulta tan diezmada que ya no hay aglomeración, y al patógeno le resulta difícil hallar nuevas víctimas.

Desde que el hombre descendió de los árboles, ha estado constantemente perturbando sus entornos: ha concentrado a sus poblaciones en villas, y después en metrópolis, y son pocos los seres patógenos que han podido llegar a un estado de equilibrio en todo el Planeta.

La mayoría de las enfermedades que aquejan al hombre actual son enfermedades de la «civilización».
Estas enfermedades «civilizadas» tienen una larga historia en el congestionado Mundo Mediterráneo, y en las zonas muy pobladas de Asia. Donde quiera que el hombre civilizado haya ido, las ha propagado.

Antes de la llegada de los europeos, muchas de las islas del Pacífico estaban densamente pobladas, pero los nativos estaban extraordinariamente sanos, después de haber tenido tiempo suficiente de llegar a un equilibrio con las enfermedades prevalecientes en aquella parte del Mundo.

 Sin embargo, no tenían defensas para otras enfermedades ajenas.
Además, la gran concentración de sus poblaciones los hacía terreno abonado para las epidemias que les contagiaron los exploradores, comerciantes y misioneros.

Por lo menos, una docena de enfermedades europeas adquirieron caracteres epidémicos, y redujeron la población de algunas islas, como la de Nuevas Hébridas, a la décima parte de la primitiva. Los robustos indios de Tierra del Fuego eran aproximadamente 3500,cuando los visitó Charles Darwin, en el «Beagle», en 1832; diversas enfermedades importadas redujeron el número actual de supervivientes a una media docena.

Otro ejemplo es que en 1952, los esquimales del Ártico Canadiense sufrieron un brote de sarampión que atacó alrededor del 99 % de la población. Incluso les paso lo mismo a los nativos de la hasta hace poco aislada isla de Pascua los cuales sufrieron un brote anual de gripe que, indefectiblemente, se desarrolla uno o dos meses después de recibir la clásica visita del barco de guerra chileno, que arriba una vez al año.

A pesar de lo que pretenden las películas, el internet o la televisión, lo cierto es que quien conquistó a los indios americanos no fueron los pioneros, sino la viruela. Los colonizadores europeos de Norteamérica se dieron pronto cuenta de que la viruela constituía una de sus mejores armas contra los indios, e intencionadamente difundieron la enfermedad por medio de mantas infectadas.

Mucho antes, la viruela contribuyó a la derrota de Cartago por los romanos, y el desastre de Napoleón en Rusia se debió más a las bajas de su ejército ocasionadas por el tifus, que a la dureza del invierno.

Las espadas y las lanzas, las flechas, las ametralladoras e incluso los altos explosivos, han ejercido menor poder sobre la suerte de las naciones que el piojo trasmisor de tifus, la pulga de la peste, y el mosquito de la fiebre amarilla, escribió el doctor Hans Zinsser, el que desarrolló la vacuna antitífica; y añadió, tal vez, con más entusiasmo que exactitud, los soldados raramente han ganado una guerra. Lo más frecuente es que se dediquen a la limpieza de enemigos tras la cortina de las epidemias.

No solamente se aprecian en el hombre mismo los efectos de la dispersión de una enfermedad, sino que también se observan en sus cosechas y en sus animales domésticos, e incluso en el mundo natural que le rodea.

El nogal americano, en tiempos, constituyó uno de los mayores y más numerosos bosques nativos al este del río Mississipi: el árbol estaba adaptado a las demandas de su comunidad, y en muchas zonas era la especie dominante en el bosque. En China hay también muchos nogales, así como la plaga de un hongo, pero en el curso del tiempo, el árbol y el hongo se adaptaron uno a otro, y ambos sobreviven.

Sin embargo, a comienzos del siglo pasado, se introdujo en Norteamérica, accidentalmente, la plaga del aludido hongo, y como el nogal nativo no poseía inmunidad al parásito, la enfermedad se extendió con fuerza explosiva. En la práctica, el nogal ahora ya no juega el papel principal en los bosques que una vez dominó, y parece condenado como especie norteamericana nativa.

Constituye un ejemplo de enfermedad que había llegado al equilibrio con sus parasitados, la psitacosis o fiebre de los loros, que súbitamente, en 1930,dio lugar a algunos brotes en los humanos de Norteamérica y Europa. Una investigación cuidadosa reveló que el patógeno responsable era un microbio seudoanimal, muy extendido como enfermedad benigna entre la fauna aviar del campo australiano.

La psitacosis no comenzó a preocupar a los hombres hasta que se capturaron muchos periquitos y cacatúas y se agruparon en aviarios para que criaran, vendiéndolos después como animales favoritos caseros. Este rompimiento total del equilibrio entre los pájaros y el microorganismo se inclinó temporalmente en favor del microbio. Aunque la enfermedad se sigue denominando fiebre de los loros, se sabe que también afecta a otros pájaros.

Sin duda, la psitacosis es una antigua y casi universal infección de los pájaros, que habían llegado hace tiempo a un equilibrio con su huésped, pero que amenazó de nuevo, peligrosamente, a partir del momento en que el hombre creó un ambiente artificial con los pájaros cautivos.

Las enfermedades infecciosas, tanto en el hombre como en los animales y en las plantas, simplemente representan una generalizada tendencia de todos los seres vivos a conseguir lo que necesitan, haciendo presa en las labores constructivas de los otros.

En verdad, puede opinarse que el mundo de los vivos es una interminable cadena de parásitos y rapaces. Este punto de vista se puso de relieve ya en la época victoriana, cuando Thomas Huxley resumió una opinión muy extendida sobre los descubrimientos de Charles Darwin y de Alfred R. Wallace, relacionada con la supervivencia del más fuerte.

Huxley escribió: «Desde el punto de vista de un moralista, el mundo animal tiene el mismo bajo nivel que la arena de los gladiadores. El más fuerte, el más rápido y el más diestro es el que sobrevive para luchar otro día… y sin cuartel».

Por otra parte, muchos mantenían el extremo opuesto: por ejemplo, la posición idealista del (auxilio mutuo) constituyó la piedra angular del pensamiento anarquista. El propio Darwin se inclinó hacia la idea de que el parasitismo sería reemplazado: «En muchas sociedades animales, desaparece la lucha por los medios de existencia; entre los individuos, la cooperación sustituye a la lucha».

Cuanto más se estudian las distintas variedades de parasitismo y otras relaciones entre animales y plantas, más se descubre que en el mundo de la Naturaleza existen extraños compañeros de lecho.

El extremo opuesto del parasitismo es una relación ideal entre los seres vivos, conocida con el nombre de mutualismo, en el que existe una asociación beneficiosa para ambos. Un ejemplo claro de mutualismo planta-animal se encuentra en muchas plantas florales, que invitan a los insectos y a otros polinizadores a que las visiten, ofreciéndoles néctar y polen y asegurando así su propia fertilización cruzada.

Incluso existe una relación mutuabisis de especies entre el hombre y algunas de sus plantas alimenticias; el maíz ya no vive silvestre y probablemente no podría sobrevivir sin los cuidados humanos, muchas de las asociaciones mutualistas se han hecho tan íntimas que los socios han desarrollado mecanismos adecuados para asegurar que sus descendientes puedan continuar asociados de un modo similar.

La hembra de un escarabajo que perfora la madera, por ejemplo, lleva consigo un hongo que crece en la misma cavidad habitada por ella, y que  reblandece las duras fibras de la madera; cuando desova, tiene especial cuidado de embadurnar sus huevos con esporas del hongo para asegurar que la asociación continúe.

Un ejemplo clásico de distintos grados de asociación se puede observar en muchas playas. El pequeño cangrejo ermitaño posee una concha blanda y vulnerable, por lo que se protege introduciéndose en una concha de caracol abandonada que le vaya a la medida. La parte más estrecha de la concha constituye frecuentemente la morada de un pequeño gusano segmentado que ayuda a mantener limpio el interior y que, como compensación, consigue fragmentos alimenticios del cangrejo.

El cangrejo puede también asegurarse una pequeña actinia o anémona marina de una roca próxima, y situarla encima de su propia concha; las células irritantes de los tentáculos de la actinia constituyen un disuasivo para los rapaces del cangrejo y, a cambio, la actinia disfruta de ser trasladada, por el cangrejo, a otros parajes donde alimentarse.

Las concesiones que tienen que hacer ambos socios, y lo precaria que a veces resulta la asociación, puede ilustrarse observando las relaciones entre las leguminosas (judías y guisantes) y las bacterias. Estas plantas poseen numerosos
nódulos en sus raicillas, pequeños abultamientos habitados por ciertas bacterias del suelo.

Las bacterias obtienen mucho alimento de la planta, pero, a cambio, toman el nitrógeno del aire y sintetizan compuestos que ponen a disposición del vegetal superior en cuyas raíces crecen. Se trata, claramente, de una asociación beneficiosa para ambos, la planta y las bacterias fijadoras de nitrógeno, pero para que surta su efecto los dos socios tienen que hacer una serie de reajustes.

Para que la bacteria se establezca en la raíz de la planta, esta debe secretar una sustancia durante una de sus etapas de crecimiento. Una vez que esto haya tenido lugar, es necesario que la bacteria encuentre abrigo adecuado en la raíz, que esta le ofrece en forma de un nódulo, el cual se forma, es de suponer, respondiendo al estímulo de la propia bacteria. Sin embargo, la bacteria debe constreñirse y no estimular continuamente a la raíz a que produzca nódulos, porque ello privaría a la planta de disponer de su propio sistema radicícola.

Esta asociación beneficiosa, sin embargo, está situada en el umbral del parasitismo, y puede alterarse. Si la planta crece en un suelo deficiente en boro, por ejemplo, la bacteria cesa de fijar nitrógeno, y entonces recurre por completo a la planta, y se convierte en un verdadero parásito de ella.

Existen muchas gradaciones entre los polos opuestos del beneficioso mutualismo y del parasitismo perjudicial para uno de los socios. Este amplio espectro de relaciones mutuas se describe mediante la palabra «simbiosis» (literalmente, vida conjunta).

En uno de los extremos del mismo se encuentra la Striga, llamada «witchweed» (hierba bruja), planta muy extendida en África, Asia meridional y Australia, introducida accidentalmente en Norteamérica en el año 1956.

Es un parásito de las raíces de los miembros de la familia de las herbáceas, especialmente del maíz, pero también de la caña de azúcar, del sorgo, del garranchuelo y de otras.

Planta muy bella, con sus hojas de color verde brillante y sus rutilantes flores escarlata, violetas o amarillas, constituye una de las peores plagas mundiales de la agricultura. Una sola planta puede producir hasta medio millón de minúsculas semillas.

Estas semillas pueden permanecer en el suelo incluso 20 años, y no germinar hasta que aparece una planta parasitable. El gatillo que inicia la germinación es una rara sustancia química liberada por las raíces de la planta, cuando se extienden por el suelo.

Si una raíz aproxima hasta unos dos o tres milímetros de la durmiente semilla de Striga, el producto químico segregado no solo estimula la germinación de la simiente, sino que abre el camino para que la raíz de la parásita siga a la de la futura
parasitada. Una vez llega a su destino se adhiere, se hincha y produce un enzima, que ablanda las paredes celulares del anfitrión, permitiéndole que penetre.

Entonces emite unos tentáculos como dedos, que se conectan con el sistema de circulación de la planta, para así extraer su agua y sus elementos nutritivos. La Striga permanece bajo tierra, y actúa como perfecto parásito,
succionando a su anfitrión, durante tres a ocho semanas.

Después emerge del suelo, desarrolla tallo y hojas rápidamente, y comienza a fabricarse su propio alimento, como cualquier otra planta floral respetable. Pero nunca abandona completamente la conexión con su parasitado, y sigue dependiendo de él en el suministro de algunos minerales y de agua.

Un eslabón superior de los verdaderos parásitos, lo constituyen los parásitos parciales, como el muérdago y la cuscuta, que se aprovechan de su parasitado, no solo para el propio suministro de agua, sino para tener un lugar al
sol. A veces, absorben tal cantidad de materiales que inhiben el crecimiento o producen la muerte de su huésped.

Otro eslabón más alejado del verdadero parasitismo lo ocupan las orquídeas de las selvas tropicales, y el musgo largo (que pertenece a la familia de la piña), que se benefician, principalmente, de un espacio al sol, sin perjudicar grandemente, pero sin dar, a cambio, ninguna ventaja. Este tipo de relaciones, en las que uno de los asociados se beneficia sin causar gran perjuicio al otro, se conoce por «comensalismo».

Ofrece una buena ilustración de comensalismo, una especie de balano, o bellota de mar, que se adhiere a la piel de la ballena. La bellota se beneficia del transporte gratuito, sin producir más que, como máximo, un pequeño estorbo a la ballena, al frenarla algo en sus movimientos en el agua; en general, ninguno de los asociados necesita o daña al otro, sino que ambos sobreviven por su cuenta.

Algunas de estas reuniones son muy irregulares: una especie de alga se desarrolla lo mismo sobre el caparazón de una tortuga, como sobre una madera flotante a la deriva.

En las conchas de los moluscos y de los crustáceos se encuentran muchas clases de briozoos: la asociación es casual, y solo sirve de apoyo al huésped. Algunos animales sedentarios, sin embargo, se benefician mucho de estar adheridos a otro animal; el punto de apoyo proporciona la movilidad al huésped y le garantiza corrientes de agua que le facilitan comida.

El comensalismo está muy extendido en el litoral, y ahí es donde se encuentran los ejemplos más fascinantes, especialmente en los animales que se entierran o perforan tuberías, las cuales sirven también como morada para distintos huéspedes, que viven arrebatando el sobrante alimenticio del hostelero.

En las llanas y fangosas costas de California, existe un gusano que se aloja en una excavación tubular en forma de U; la traducción de su nombre científico es «el mesonero gordo», porque, realmente, este gusano sostiene un extraño surtido de huéspedes. El «mesonero» se alimenta mediante un saco mucoso en el que atrapa partículas alimenticias.

HUÉSPEDES DEL MESONERO El gordo gusano “mesonero”, de unos 30 cm. de longitud, se aloja en el barro de costas poco profundas, y sostiene a una abigarrada colección de huéspedes. El gobio, que aparece en la parte alta de la ilustración es el que menos depende del comensalismo y aunque mora en la galería, lo hace solo para protegerse. Más abajo se observa un cangrejo pinoteres y un coccidio, que dependen completamente del hostalero. El anfitrión se alimenta hilando una red mucosa que encaja por encima de su cabeza. Mediante contracciones de su cuerpo bombea el agua, portadora de minúsculos organismos, que penetran en la red, y una vez llena, el gusano se la traga.

 

Varios peces pequeños viven a la entrada del tubo, frente al saco de alimentación, pero no roban: utilizan la madriguera solo como protección, pero salen a buscar comida. Al lado del mesonero vive otra variedad de gusano, el cual sí que atrapa algo del alimento del saco. Detrás del anfitrión, generalmente, viven un par de minúsculos cangrejos, y en la pared del tubo, a veces, se encuentra enterrada una almeja pequeña.

Todos estos huéspedes no son exigentes respecto al tipo de galería que ocupan, puesto que viven también en las de dos especies distintas de langostinos.

Los gusanos no son los únicos mesoneros marinos. Existen varias clases de peces que viven impunemente entre los irritantes tentáculos de carabelas portuguesas, actinias y medusas; se sabe de algunos de ellos que adquieren inmunidad mordisqueando los tentáculos, pero en otros casos resulta que los peligrosos animales no «pican» a estas especies de peces.

Las relaciones de estos pececillos con su anfitrión parecen haber progresado del comensalismo al mutualismo:
los peces se encuentran protegidos, y el precio consiste en que atraen a peces mayores hasta el radio de acción de los tentáculos.

Es bien conocida la asociación de otros peces con los tiburones. El llamado pez piloto forma pequeñas bandadas que nadan por delante del tiburón, atrapando pequeños residuos de comida que desecha el gran comensal. Durante la
expedición de la Kon-Tiki a través del Pacífico, una bandada de peces piloto adoptó a la embarcación, una vez que su tiburón fue muerto, de suerte que nadaban delante de la balsa como si se tratara del animal.

El cuerpo poroso de una esponja proporciona hogar a un gran número de seres marinos. Un gran ejemplar hallado frente a la costa de los Cayos de Florida servía de habitación a 14.500 animales, entre los que 12.000 eran pequeños langostinos y los 2.500 restantes comprendían 18 especies distintas de gusanos, copépodos y peces.

Las aves practican casi todas las variantes posibles de simbiosis, desde el parasitismo, pasando por todos los intermedios, hasta el mutualismo. El mirlo americano con el bisonte, el boyero con el antílope y con el rinoceronte de África, son asociaciones mutualistas en las que los pájaros prestan un gran servicio a los grandes animales, al liberarles de garrapatas y de otros parásitos externos.

Se trata de verdaderas asociaciones y no de asociaciones casuales. Cuando un antílope es visitado por un bueyero, se queda quieto, abre sus patas y levanta el rabo, al parecer para facilitar la labor del pájaro. Un rinoceronte dormido se deja acercar fácilmente si no tiene un pájaro alimentándose de sus parásitos, porque le da la alarma.

El quebrantahuesos es un gran halcón piscívoro, que se construye un nido permanente, generalmente en la cima de un árbol viejo y año tras año le añade ramajes.

A unos treinta a sesenta centímetros por bajo, construye su propio nido una garza o airón nocturno, entre la jungla de pequeños troncos, y así se siente protegida por la aguda visión del halcón. También otros muchos pájaros, como mirlos, reyezuelos y gorriones se acogen a los alrededores del nido, bajo la vigilante mirada del halcón pescador.

Pero existen otras relaciones entre algunas aves y otros animales, que parecen inexplicables. El periquito sudamericano procrea solamente en acartonados nidos que las termitas hacen en las ramas de los árboles. Al construir su propio hueco, el periquito destruye la mitad del nido de las termitas. Al principio, los insectos atacan al invasor, pero pronto se acomodan a la nueva situación y no molestan al pájaro ni a su progenie.

Finalmente, las hormigas, que en los trópicos son perennes enemigas de las termitas, penetran en la porción derruida de su nido y terminan por expulsar a las termitas. Lo más notable de estas relaciones consiste en que el periquito depende completamente de esta única clase de termitas, y no se explica cómo destruye la mitad del nido de los insectos, que potencialmente constituye un espacio propio para criar en la próxima estación.

Las termitas son perfectamente capaces de impedir la procreación de un parásito tan perjudicial y, sin embargo, se abstienen de hacerlo.

En otros casos las aves desarrollan asociaciones con insectos en beneficio mutuo. Una de ellas tiene que ver con la limpieza del nido: el calao africano, de mejillas plateadas, aloja en su nido a los más notables insectos limpiadores.
Durante la puesta de los huevos, y su empolladura, la hembra del calao, está

confinada en un hueco de un árbol, cerrado por un tabique de fango construido por el macho, en el que solo deja una pequeña rendija. El macho alimenta a la hembra durante 15 semanas, durante cuyo período puede aportarle hasta 24.000 frutos para comer. Es una magnífica oportunidad para ciertos animales pequeños la de poder alimentarse y mantener limpio el nido.

Del interior de un solo nido se obtuvieron 438 insectos pertenecientes a ocho especies, y dos de ellas eran desconocidas para la Ciencia.

El interior del nido estaba limpio y casi inodoro, gracias a los insectos basureros. Que no se trataba de una situación accidental y que la presencia del calao era la responsable de la existencia de los insectos, se comprobó al año siguiente con un nido vacío, no vuelto a ocupar por su pájaro, el cual contenía una fauna de insectos muy reducida y compuesta de otras especies diferentes.

Algunos pájaros se presume que sitúan sus nidos en las proximidades de colonias de insectos aguijoneadores, tales como abejas y avispas, para protegerse contra el hombre y animales rapaces. Otros explotan a las abejas de un
modo distinto: un pajarillo africano del tamaño de un gorrión denominado «guía mieles» ha constituido una alianza con el «ratel», mustélido parecido al tejón, del género Mellivora.

Tanto el pájaro como el mustélido ambicionan las colmenas, este último por la miel y las larvas, y el ave porque se come la cera.

Como el pajarillo no puede por sí solo atacar y abrir la colmena, busca como colaborador al ratel, el cual es prácticamente impenetrable a las picaduras debido al espesor del mucho pelo que tiene sobre una piel floja, no ajustada a su cuerpo; a cambio, el guía mieles ayuda al mamífero a localizar las colmenas, y cuando se encuentra con él en un bosque, atrae su atención mediante intensos gorjeos.

El mustélido sigue al pájaro que le guía. Una vez localizada la colmena, el ratel la destruye, mientras las abejas tratan en vano de aguijonearle: el pájaro aguarda tranquilamente a que su socio termine con la miel, puesto que él se contenta con la cera del panal.

Estos pajarillos son tan adaptables que cuando no encuentran mustélidos, saben cómo utilizar a los mandriles, o incluso a los hombres, cuya atención atraen mediante parloteos y gorjeos, abanicando su cola y desplegando sus plumas.

El pájaro puede estar revoloteando alrededor de un hombre hasta que este consiente en seguirle. Una vez conseguido esto, practica unos vuelos cortos, espera a que su cómplice le dé casi alcance; entonces vuela otro pequeño trecho, manteniendo un continuo parloteo durante todo el tiempo. El doctor Herbert Friedmann (en paz descanse), de la Institución Smithsoniana, que fue una autoridad en estos pájaros guía mieles, cuenta que fue acompañado muchas veces por alguno de ellos, y siempre le condujeron hasta alguna colmena.

La longitud de los caminos recorridos ha variado entre unos 20 y unos 680 metros, y aunque las rutas seguidas eran
zigzagueantes, es posible que el ave no conociera la situación de la colmena.

En el complejo mundo de consocios, cómplices y alianzas, resulta que algunas de las mayores aves de Africa, como la cigüeña marabú y el águila crestada, ocasionalmente hacen buenas migas con las abejas, y construyen sus nidos por encima de las colmenas. El beneficio que las aves perciben consiste en que las abejas protegen sus nidos frente a parásitos como el «guía mieles», antes citado, y otros rapaces.

No se sabe cuál es el beneficio que las abejas reciben a cambio.

Muchos de estos comportamientos son indudablemente accidentales, y las mutuas colaboraciones, probablemente, comenzaron casualmente y no como fruto de la inteligencia de los animales. Aunque no hay pruebas de que un animal realice un acto en beneficio de otro – dijo Charles Darwin en El origen de las especies, es seguro que cada uno trata de sacar partido de los instintos ajenos.

Pues eso es todo y espero que este artículo que habla principalmente de como trabajan los parásitos en un cuerpo humano y pasando por los animales les allá gustado y aunque ahora si me extendí mucho e investigue aún más del tema espero les sea de su agrado y como siempre sus comentarios me anhelan a seguir escribiendo pues con eso terminamos saludos su amiga Ana Vegana visitan mas articulos aqui en mi blog.

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