El cuidado y la protección del niño incluye el establecimiento de normas que le sirvan de guía. La disciplina es una parte muy importante dentro del largo proceso de la educación. Sin embargo, debe ser adecuada a la situación del niño, en este amplio articulo que consta de 2 partes hablaremos de esto y mas como por ejemplo de los casos del niño maltratado.
La disciplina es la manera de señalar límites y corregir cuando se han rebasado los límites establecidos y particularmente cuando el niño se ha puesto en riesgo. Sirve para prevenir una conducta peligrosa y también para enseñarle al pequeño que si bien él tiene derechos, los demás también son acreedores a los mismos.
La aplicación exagerada por parte de los padres (y otras personas), de las medidas disciplinarias, constituye un error en la educación. No obstante, es difícil precisar el grado exacto en el que debe aplicarse una norma disciplinaria en cada situación.
Es indudable que, cuando se lastima al niño desde el lado de vista del punto físico o psicológico, la disciplina se convierte en un abuso por parte de los padres. Disciplinar no equivale a lastimar.
Los castigos o medidas de corrección deben ser mínimos y solamente aplicarse cuando la situación realmente lo amerite. Los padres deben estar conscientes de que están tratando con un niño y por ello el pequeño tiene mentalidad infantil y es en cierto modo irresponsable de todos sus actos.
Las nomas razonables impuestas por los padres, adecuadas a la edad del niño, sirven como patrón para determinar cuándo requiere este una medida correctiva.
La explicación al pequeño de las razones para hacer o no algo, ayuda mucho a que el niño comprenda y en la mayoría de los casos obedezca lo que se le manda.
Las nomas deben ser establecidas principalmente para procurar seguridad en la vida del pequeño, evitarle los riesgos innecesarios y daños a los demás o a sus propiedades. No deberían utilizarse para «moldear» a niño según el gusto de sus padres.
LAS REGLAS SE APLICAN SEGÚN LA EDAD DEL NIÑO
El niño sano es por su propia naturaleza inquieto y curioso. Para algunos padres esta conducta les parece la de un niño «travieso», ya que se coloca frecuentemente en peligro, puede lastimarse y provocar daños. La actividad incesante del niño requiere ser encauzada.
Las nomas disciplinarias deben entonces ser adecuadas a las diferentes edades y situaciones del pequeño, por ejemplo hacer entender a un niño de dos años de edad que debe alejarse de los cerillos encendidos. Y no es hasta que sufre una ligera quemadura, que aprende a apartarse de ese peligro.
Los niños esos seres tan interesantes e inquietos, quieren conocer todo, saber todo y también.. tener todo.
No hay límite para su ambición, que por ser infantil es enorme e incapaz de ser satisfecha. El niño quiere literalmente subir a las estrellas, viajar en cohetes espaciales, destruir monstruos, ser poseedor de maravillosos tesoros y mil cosas más.
Los niños quieren todo, se sienten capaces de todo y demandan que sus padres sean los que cumplan sus deseos.
Esta es una ilusión infantil, natural y sin mayores problemas, a menos que los padres caigan en la trampa y
quieran proporcionar a sus hijos todo lo que ellos pidan.
Los niños son muy inteligentes; conocen bien a sus padres, a veces, mejor de lo que los padres los conocen a ellos; saben cómo hacer que sus progenitores se sientan comprometidos a comprarles cosas, regalos, golosinas…
La fórmula que emplean los niños es muy simple:
«Papá (o mamá), si tú me quieres entonces me tienes que comprar lo que te pida. Si no lo haces, es porque no me amas». Claro que los niños no lo dicen, pero lo expresan de muchas maneras y los padres muerden el anzuelo y tratan de complacer a su hijo. De no ser posible la compra del objeto deseado, se sienten culpables y esto facilita un aproxima forma de un auténtico chantaje moral que los hijos perpetran.
Los niños requieren amor; pero el amor no es igual a regalos ni al ceder a los caprichos o pataletas de los hijos. Hay que evitar que el rey de la casa se convierta en un tirano. Amar no significa ceder a las demandas infantiles, que solamente satisfagan un capricho del niño. El amor no se compra, ni se canjea, tampoco debe ser objeto de manipulación.
En ocasiones, son los propios padres quienes manejan la situación de manera tal que quieren convencer a su hijo de que su cariño guarda proporción con el tamaño o costo de los regalos que le dan. Es, indudablemente, más fácil ir a la tienda y comprar algo, que dedicarle atención real por varios minutos y charlar de cosas interesantes para el niño.
El valor comercial del regalo no tiene que ver con el carino genuino.
EL REGALO NO SUSTITUYE AL AFECTO
Es importante, por eso, percatarse de que vivimos en una sociedad en la que las cosas materiales ocupan el lugar de honor entre los valores humanos. Es una situación anómala, pero existe y los padres deben identificarla para no «engancharse» con esta norma de vida y para que, a su vez, no la trasmitan a su hijo.
El dar regalos en sí no tiene nada de malo, a todos les agrada recibirlos y los niños disfrutan especialmente este tipo de atenciones. El problema radica en otorgar regalos en lugar de dar afecto genuino. Los obsequios en ningún caso pueden sustituir a la atención, cuidado, dedicación y tiempo que los padres dedican a su hijo.
Ningún regalo es comparable a un viaje al zoológico, un paseo en lancha o el viajar en la rueda de la fortuna o los caballitos de madera.
Nada material puede sustituir a una charla interesada con el niño, contestando a sus preguntas, al acompañarlo a jugar o a cantar juntos una canción. No tiene precio un arrullo, una canción de cuna o una mecida en el columpio. Amar es entonces conocer al niño, comprenderlo y respetarlo. Tratarlo como persona, pequeña, pero al fin persona.
Asomarse a su mundo infantil y maravillarse de lo que ahí existe y, en cierto modo, recrear la época en la que los padres fueron niños. Eso es realmente lo más importante; no los obsequios ni la tolerancia exagerada a los deseos o caprichos del pequeño.
Los niños son generalmente demasiado demandantes para todo. Quieren la atención de los padres o de otras personas casi exclusivamente para ellos. Se sienten el centro de atención (y muchas veces así es) y tratan de aprovechar la situación. Esta es una etapa normal en la vida de los pequeños. Lo importante es que los padres
sepan valorar adecuadamente cada una de las peticiones del niño para determinar si son aceptables o no.
LA NECESIDAD DE ESTABLECER LÍMITES
El amar a un hijo no significa permitir que impongan sus caprichos ni que carezca de límites para su conducta, tampoco comprarle todo lo que desea ni aceptar de inmediato sus demandas.
Es natural que los padres traten de proporcionar lo mejor a sus hijos y con ello se hace referencia a la alimentación, vestido, casa, educación y deportes. El proporcionar lo mejor posible, según la situación de cada familia, es una manera de expresar el afecto, cuidado y responsabilidad de los padres.
Son ellos los que tienen que decidir cuáles cosas convienen al hijo, no al revés: que el hijo decida y exija ser complacido pronto y en lo que se le ocurra.
Los niños necesitan de límites que les sirvan de orientación y referencia. Es un derecho y a la vez una obligación de los padres establecer estos límites, sin los cuales la conducta del niño se hace irregular y queda su eta por completo a los vaivenes de su estado de ánimo.
Además de los límites, existen las normas que determinan lo que el niño tiene que hacer. Con ello aprende a tener ciertas responsabilidades, propias de su edad. Por ejemplo, guardar sus juguetes después de usarlos, dejar su Pijama acomodada sobre la cama, llevar al fregadero los platos que recién empleó y muchas otras pequeñas labores que forman parte de la rutina cotidiana de una familia.
De esta manera, el niño aprende que debe cumplir con ciertas actividades para obtener la aprobación de los padres, la expresión de cariño de los padres es entonces un adecuado equilibrio entre la tolerancia y paciencia por un lado y el establecimiento de normas, por el otro.
Los niños a los que se les da todo, se les permite todo y a los que no se pone ningún tipo de responsabilidad, se convierten en niños muy egoístas, desagradables para los demás y a veces para sí mismos; son los niños erróneamente consentidos y a los que la vida se encargará más adelante de poner en su lugar.
Los niños tienen derechos que deben ser conocidos y respetados por sus padres y demás adultos. Tienen derecho a ser libres, a recibir protección y cuidados, a ser educados y formados por sus padres. No debe perderse de vista que también los padres tienen derecho a descansar, a utilizar su tiempo como mejor les plazca, a divertirse, a ser respetados por sus hijos.
Por eso, no es conveniente que los padres permitan que los hijos dominen sus vidas, ya que la paternidad no implica sacrificar la vida propia en aras de la de los hijos.
Es un poco de egoísmo sano; el padre y la madre tienen derecho a vivir su vida. Parte de esta vida estará dedicada a los hijos pero no toda, aunque los pequeños así lo demanden.
Otro niño puede empujar, corretear o pelearse con su amiguito. Es probable que no haya problemas si son de la misma edad. Sin embargo, esa misma conducta sería inadecuada si uno de los niños fuera mucho mayor que el otro y abusara de su fuerza.
Los límites se establecen todos los días. Algunas reglas se aplican para la hora de la comida, el aseo, los juegos, la hora de dormir, en efecto, a todas las actividades del niño se les aplica cierta pauta.
Por ejemplo, se le indica: «guarda tu ropa en el cajón»,»lávate las manos antes de comer», «no juegues con esos objetos, ya que puedes cortarte». Algunas normas se aplican en casa; otras, son para la escuela o las casas ajenas.
Dentro del respeto por parte de los padres a la individualidad de su hijo, sé establecen aquellas conductas por medio de las cuales se procura proteger al niño y a la vez formarlo dentro de la sociedad que le ha tocado vivir. No debe confundirse con hacer del niño un robot.
Los padres tienen el derecho y a la vez obligación de corregir a sus hijos. Corregir no significa lastimar.
Ya pasaron los tiempos de los azotes, los golpes y la crueldad mental.
Desafortunadamente algunos padres todavía la utilizan; pero los resultados son desastrosos.
Existe una gran diferencia entre los niños y los adultos.
Los primeros son pequeños, inferiores físicamente, con pocos conocimientos y habilidades; dependen de los adultos para vivir y los ligan a sus padres sentimientos de afecto (y también de rechazo).
Los padres, jóvenes o adultos, tiene más fuerza, conocimientos y poder que los niños, tienen más recursos de los cuales disponer. Tienen el respaldo social para educar a sus hijos. En pocas palabras, los padres tienen muchas más ventajas en relación con sus hijos.
Estas ventajas son útiles para proteger y apoyar al niño. Son apropiadas para guiar al pequeño. El niño necesita la mano poderosa de sus padres para que le sirva de apoyo en su deambular por la vida.
El aprovecharse de estas ventajas o el abusar de ellas para castigar exageradamente al niño, para amedrentarlo y hacerle sentir su pequeñez e indefensión, es una actitud prepotente e injusta de los padres muchos hablan o dicen que esto es un caso tipico del niño maltratado.
Este abuso puede ser físico o manifestarse por medio de golpes, maltratos y en toda clase de castigos que lastimen su cuerpo, tales como dejarlo sin comer, bañarlo con agua fría o tenerlo de rodillas sobre el suelo durante mucho tiempo.
Los padres pueden abusar en mil maneras de este tipo de castigos físicos. Existen muchos ejemplos del «niño maltratado«. La agresión puede resultar tan grave que el niño llegue a quedar inválido o morir.
La disciplina exagerada obedece en algunos casos al estado de agitación intensa de los padres. La ira provocada por cualquier asunto exterior puede descargarse sobre el niño. Otras veces, existe un estado de intoxicación por alcohol u otra sustancia, lo que provoca el descontrol del padre afectado.
Maneras de ejercer la disciplina y no llegar a lo que muchos le dicen como caso del niño maltratado
Los padres pueden estar irritados por cualquier razón y llega un momento en que la conducta del niño «les colma la paciencia». Es entonces cuando la medida disciplinaria obedecen más a un arrebato de los padres que a la mala conducta del niño.
En ocasiones al adulto «se le pasa la mano» y se arrepiente de inmediato de la nalgada o un manotazo brusco que asesto a su hijo. Se trata de un error de cálculo, ya que el castigo fue mayor del deseado.
Algunos padres nunca castigan físicamente a sus hijos; otros emplean levemente el castigo físico («cuerazo, manotazo y nalgadas) es decir, solo en ocasiones extremas.
También hay padres que con frecuencia castigan al niño y puede haber azotainas diarias (pegarles del diario). Estos últimos son los menos.
Dentro de algunas familias, una de las figuras paternas se convierte en el castigador, el otro miembro de la pareja es solamente acusador o testigo del castigo.
El papel de aplicador de la ley recae frecuentemente en el padre, el cual se convierte en «amo y señor» en lo que respecta a castigar a los hijos. La madre, en estas condiciones, es la que informa al padre de las faltas de disciplina del niño.
La mayoría de los padres ha comprendido que los castigos físicos exagerados no son útiles en la educación del pequeño. Prefieren entonces convencer en lugar de forzar.
Hasta aquí la primera parte de este artículo el cual es extenso por eso lo dividí en 2, si quieres seguir leyendo la segunda parte aquí abajo te dejo el link para continuar con la segunda parte de este artículo, el cual se enfoca en toda la disciplina de los niños o hijos pequeños que tenemos asi como el sindrome del niño maltratado, esperos que les sirva de mucho a los padres saludos tu amiga Ana Vegana.